Finalizó un mes en el que, por casualidad, ocurrieron consecutivamente diversos eventos que nos obligan a reflexionar sobre la verdadera magnitud de nuestra existencia, particularmente sobre los alcances y los límites de nuestra condición humana.

La última quincena sucedieron al menos cuatro sucesos que nos recuerdan lo fútil de nuestra soberbia, y lo extraordinariamente idiotas que podemos ser al creer que el universo gira en torno a nosotros, o peor aún, que existe y que gira para nosotros.

La segunda semana de febrero sucedió una tercia de días muy interesante. Primero, el miércoles 13, los católicos del mundo celebraron el inicio de la Cuaresma.  Al día siguiente, mientras las masas celebraban el día del amor y de la amistad, los aficionados a la bóveda celeste conmemorábamos el vigésimo tercer aniversario de la fotografía que capturó la sonda Viking II desde los confines del sistema solar ‘clásico’. Finalmente, el viernes 15, se completó este curioso trío, con el paso del asteroide 2012DA14, que ‘rozó’ el planeta, y que además fue presidido por un meteoro que impactó, sin previo aviso, en territorio de ruso.

 Al respecto de la relación que guardan entre sí estos eventos ya escribí en la entrada “Cenizas“. Por ahora basta decir que todos y cada uno de ellos son una lección de humildad.

Sin embargo, las lecciones no concluyeron con esta curiosa serie de eventos. Después de la discutible lección teológica, y de la irrefutable lección cósmica, vino la lección humana. Dos personajes han ocupado espacio en los periódicos del país, y en su correspondiente medida, también en los medios del mundo. Me refiero a Elba Esther Gordillo y al ahora papa emérito, Benedicto XVI. La historia de estas dos personas es el punto final del discurso sobre la soberbia, que se puede hilar interpretando los sucesos acaecidos durante febrero de 2013.

Por un lado, se supone que el santo padre es infalible, después de todo es el pontífice: el puente entre dios y la Humanidad. Y aún así, el último ocupante del trono de san Pedro, en un acto histórico, reconociendo los límites de su capacidad, decidió renunciar a un puesto que por derecho se considera(ba) vitalicio. Me parece que independientemente de nuestra fé, es un acto digno de reconocer y que invita a la reflexión.

En el otro lado de la moneda, tenemos a la exlíderesa del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Elba Esther Gordillo, una mujer de 68 años de edad, que apenas unos cuatro meses atrás, teniendo entonces más de dos décadas entronada en la cúspide del sindicato, decidió nuevamente operar la elección interna para ser ‘elegida’ por otro período adicional de seis años.

Recordarán mis queridos lectores, que al conocerse los resultados de la elección, ‘la maestra’ advirtió sonriente que ella estaba dispuesta a cumplir el cargo – que definitivamente es de mucha menor envergadura que el del pontífice –  tantas veces como sus agremiados se lo pidieran. Dando a entender que lo haría incluso si ello implicaba morir ejerciendo un cargo que se supone no es vitalicio.

Pasaron las semanas desde su tercer reelección, y cada día se hacía más evidente que el favor político del Ejecutivo se alejaba de Elba Esther Gordillo. Y a pesar de ello, hace unos días, teniendo la espada de Damocles sobre sí, ‘la maestra’ se confrontó con sus adversarios y se dio el lujo de asegurar que el epitafio de su tumba diría: “aquí yace una guerrera y como guerrera murió”. Una actitud muy altanera para alguien que evidentemente ya fue marcado desde el poder.

Al poco tiempo, Elba Esther, que acostumbraba vestir lujosísimas prendas y calzar carísimos zapatos, fue arrestada al bajar de su avión privado, según se dice, vestida simplemente con unos pants, con el pelo recogido y sin maquillar (probablemente para volar cómoda). Ella, Elba Esther Gordillo, que no hace mucho removía Secretarios de Estado a voluntad, que operaba el sindicato más grande de Latinoamérica, que inspiraba tanto respeto que incluso se refería a si misma en tercera persona, y que tuvo la audacia de insultar al ministerio público que la arrestó, vio caer su imperio de 23 años en unas pocas horas.

Gordillo que se sentía tan poderosa, tan inmune, tan por encima de los mortales que ni siquiera se esforzó por ocultar sus grotescos desvíos multimillonarios – cualquier adolescente sabe que la peor forma de esconder dinero ilícito es usando una tarjeta de crédito -, ahora es vista en cadena nacional, asomada tras una ventanilla enrejada, sin amigos, sin aliados. El sindicato ofreció su apoyo moral, pero todas las aulas siguen abiertas, ningún maestro ha pisado la calle, ninguna manta de protesta ha sido escrita; para Elba su imperio acabó, eso es el peor golpe que se le puede dar al megalómano.

Más allá de la decisión política del arresto, independientemente de si tendrá o no lujos dentro de la prisión, o de si saldrá libre en poco tiempo, lo verdaderamente importante de su historia es la lección que nos deja: Puede que seas pontífice, presidente, líder supremo, muy gran extraordinario supremo venerable, licenciado, doctor, multimillonario o todas esas cosas a la vez, y aún así, no dejas de venir de e ir hacia el polvo.

 Finalmente, en la historia de Gordillo cabe cuestionar el ‘hubiera’: ¿y si hace unos meses Elba no se hubiese reelegido, qué habría sido de ella? ¿Si hubiera reconocido que a sus 68 años era buen momento de renovar la cúpula, habría sido distinto el retiro que ahora le espera? ¿Habría pasado sus últimos años en una de sus propiedades en lugar de en prisión? Sin duda es una pregunta ociosa, pero ¿una mujer que ganando legalmente 80 mil pesos mensuales, se ve en la necesidad de robar otros 2 mil millones, nunca habría sido capaz de aceptar su finitud humana? Pero vale la pena preguntarse ¿Y si al inicio de su mandato en el sindicato Elba Esther Gordillo hubiera visto la fotografía del Voyager II, qué habría sido de su vida? ¿Qué habría sido del país?