“Marco” dijo ella desde su ceguera de ficción y el resto le respondió “Polo” desde su auténtica alegría. Se trata de un popular juego infantil que no aprendí en mi niñez pero que conocí recientemente en el barrio de San Ángel, al sur de la Ciudad de México.

Aquella mañana de julio, quien se convertiría en mi principal tutora académica y de quien aprendería mucho de lo que hoy sé sobre investigación científica, la Dra. Heriberta Castaños, cumplía 79 años de edad. Para conmemorar la fecha llevaba conmigo un modesto presente de girasoles y tulipanes, recomendación del florista que me los vendió.

Camino al hogar que ella comparte con el Dr. Lomnitz, encontré a un pequeño grupo de niños que se divertía alternando posiciones en una persecución a ojos cerrados que parodiaba el atolondrado viaje del famoso veneciano. Atraídos por las risas, algunos viandantes se detenían a observar el juego, y transcurridos un par de minutos continuaban su marcha ya intoxicados por el júbilo.

De ese día, además de las alegrías infantiles, recuerdo especialmente las palabras que durante el festejo me refirió la cumpleañera y que decían más o menos así:

Lalo, te lo digo ahora que acaricio las ocho décadas. No hay que tomarse muy en serio a Aristóteles.

La vida requiere ir más allá de los justos medios, la frónesis y toda esa sofisticación hélenica.

En efecto, esto de hacerse viejo se trata de estar buscando la felicidad, pero no hay un camino trazado para ello.

Eso de cultivar la virtud puede ser útil pero la verdad es que, a veces, las pasiones y los excesos también te acercan a ella.

Según veo, fue uno de esos días de coincidencias que se articulan, de enseñanzas espontáneas: La felicidad cómo el juego de Marco-polo, una búsqueda ciega que con llamados dispersos te lleva de un lado a otro. Y la vida, cómo la planta de girasol que gasta en su juventud la fuerza de su savia persiguiendo cada día al sol para finalmente perecer mirando estoica al oriente; en vela para recibir un nuevo día que ya no llega.

Entonces, si se trata de vivir desde los medios y también desde los extremos, hay que hacer lo necesario para encontrar al levante con la satisfacción de haber quemado toda pasión y toda virtud buscando, porque como bien dijo Mateo: el que busca, encuentra.