Es la sexta sesión de este Consejo Distrital del Instituto Nacional Electoral. Desde su instalación en diciembre, se han acumulado más de 20 horas de discusión y sin embargo, la Consejera Electoral Itzel (nombre ilustrativo) no ha abierto la boca para otra cosa que no sea consumir el café y las galletas que siempre están disponibles para los asistentes de las sesiones. Durante seis ocasiones la he visto desparramarse sobre su silla (la forma cómo lo hace imposibilita decir que se sienta) y asistir silenciosa, con la mirada absorta en el vacío o su atención puesta en su celular, al desarrollo de la sesión. Los únicos momentos en que la he visto hablar es cuando cobra gustosa los casi 15 mil pesos mensuales (incluidos gastos de representación) que el Instituto otorga como “apoyo” a los Consejeros Distritales.<!–more–>

Aunque nadie voto por ellos, tanto Itzel como sus 5 compañeros son formalmente representantes de la Ciudadanía y están ahí para vigilar a los partidos políticos y a los candidatos, así como para velar por el respeto de la voluntad popular y el seguimiento efectivo de los principios rectores de la institución electoral: certeza, legalidad, independencia, imparcialidad, máxima publicidad y objetividad. Los Consejeros son guardianes de uno de los logros más representativos de la lucha ciudadana de las últimas décadas, y aún así, Itzel prefiere cuidar su voto de silencio antes que la confianza de sus pares ciudadanos.

Bien dicen que él que calla otorga. Y en este caso, cuando Itzel calla, otorga el honroso legado que cientos, tal vez miles de personas, nos dieron al ofrendar su vida para la construcción de un México democrático. Con cada palabra que se guarda, la Consejera compromete la legitimad de los métodos electorales para elegir y rotar el ejercicio del poder público. Inconsciente de lo que hace, con su silencio Itzel invoca tiempos pasados: su mutismo es en realidad un llamado a revivir a los viejos caudillos que a principios del siglo pasado se repartían las decisiones políticas a punta de plomazos.

Independientemente del estado de la nación, lo cierto es que la estabilidad institucional que hoy le permite a Itzel perder tranquilamente su tiempo tras un micrófono virgen (y cobrar por ello) es la misma que peligra cuando personas como ella otorgan con su indiferencia el ejercicio de su ciudadanía. Nuestro mutismo implica renunciar a nuestros derechos. Cada voto comprado o robado, cada acto de violencia suscitado en el marco de la contienda política y cada mexicano desilusionado con el curso del país, es en alguna medida culpa de Itzel y de todos los que son como ella: la indiferencia y la mudez son terreno fértil para las malintencionadas ambiciones de los déspotas. ¡Cada silencio es una derrota! Cada Junta Distrital en la que sus consejeros manifiestan pasividad en el ejercicio de sus funciones constituye una ofensa hacia nuestro pasado histórico.

En la medida de que nos asumamos como ciudadanos y actuemos en consecuencia, no sólo honraremos el legado de nuestros padres y abuelos, también descubriremos que nuestras libertades y posibilidades se verán positivamente magnificadas. Únicamente mediante la participación ciudadana, democrática e institucional, es que podremos construir un país a la altura de nuestros sueños. No permitamos que las Itzel del mundo colmen impunemente las posiciones públicas.  Involucrémonos en el proceso electoral (y en cualquier otro tema público), y garantizemos que se realice cómo es debido.