En el mundo postnew age que nos ha tocado vivir (caracterizado por la banalización e incluso comercialización de la filosofía y el desaire del pensamiento científico racional, por no decir del sentido común) es fácil encontrar a ingenuos evangelizadores de las “ciencias (sic) alternativas” o de otras malformaciones del pensamiento. Y precisamente, en días pasados tuve que sobrevivir a la necia (aunque bien intencionada) insistencia de una alma crédula que trataba de convertirme al veganismo con una retórica que rayaba en lo absurdo.

Cabe advertir que el verdadero problema no es ser vegano, carnívoro o cualquier otra cosa, sino en los motivos por los cuales adherirse a uno u otro régimen alimenticio. Al final, si la chica de la que comento, decidió no comer nada proveniente de un animal, aún con los riesgos que ello implica a la salud, no es asunto mío y está muy bien porque es su decisión personal. Pero intentar convencerme con argumentos tan falaces como la “energía que nos conecta a todos” (sic), me resulta si no gracioso, al menos sí preocupante desde la perspectiva de la educación pública. Por ejemplo, ella inició su discurso aludiendo al “karma negativo” que nos deja asesinar a otros seres vivos (“todos ellos bondadosos y hermosos”) porque, según ella, es “un acto egoísta” privar la vida a otros tan sólo para garantizar la propia. Pasando por alto la tontería del karma, debo resaltar la negación de la realidad en la que incurre: los humanos como todos los animales pluricelulares somos, nos guste o no, seres heterótrofos, por lo que que necesitamos obligadamente matar a otros (sean animales o plantas) para sobrevivir.

Recordamos nuestras clases de química, según las cuales parte fundamental de nuestro organismo son las proteínas, que nos sirven para crear tejido y musculatura, catalizar reacciones químicas, generar anticuerpos y transportar nutrientes en la sangre.

Las proteínas están formadas por una combinación de veinte aminoácidos distintos. Lamentablemente, diez de ellos son “esenciales”, lo que significa que no pueden ser sintetizados en el organismo, y para obtenerlos es necesario tomar alimentos ricos en proteínas que los contengan, y es por excelencia la carne, que también es rica en hierro, zinc, calcio y vitamina B12. Por lo tanto, seguir una dieta que excluye totalmente los productos animales es apostar por sufrir anemia, osteoporosis y/o alteraciones del sistema nervioso.

Necesitamos matar para sobrevivir, y en ello no hay nada malo. No creo que un león se preocupe del “mal karma” que deja devorar ciervos, ¿o sí?

Claro, el consumo de carne no sólo trae beneficios al organismo, también hay algunas desventajas como el aumento en la probabilidad de padecer enfermedades cardiacas y otros males asociados. Sin embargo, como todo en esta vida, el secreto está en la cantidad. Realizando ejercicio y limitando inteligentemente el consumo de carne no veo motivo para preocuparnos por tener uno que otro cadáver en nuestra mesa.

Ahora bien, considero que la discusión sobre el consumo de carne no debe limitarse a la esfera personal o de salud, ya que la producción y comercialización de carne tiene consecuencias de mayor impacto que deben ser valoradas objetivamente, y de las cuales los veganos podrían sacar mucho provecho si dejarán de recurrir a las tonterías del new age.

A diferencia del simplón argumento moralino en contra del “asesinato” de los animales que queda invalidado por la necesidad natural que tenemos de hacerlo (no confundir con el homicidio o la caza deportiva), existen al menos dos ideas que merecen nuestra atención, ya que trasladan el consumo de carne de un ámbito privado (si decides morir de anemia es problema tuyo, como lo es morir de insuficiencia respiratoria por no parar de fumar) a la esfera pública (no fumes delante de mi que también me enfermas).

1) La primera es la crueldad asociada al proceso de producción de carne y otros productos de origen animal. Creo que es aceptable explotar e incluso “asesinar” animales, pero no por ello justifico que se haga de manera despiadada y/o desmedida, sea ello en el momento del sacrificio o antes.

Para que una sociedad se precie de ser democrática debe mantener en todas las esferas de su existencia un actuar civilizado y racional. Por ejemplo, aceptamos la necesidad de

aplicar un castigo ocasional para educar a los niños o para sancionar a los delincuentes, pero no por ello vamos a tolerar que se infrinja dolor en nuestros infantes o aceptar que se violen los Derechos Humanos de los presos.

De igual manera, la producción y explotación de bienes de origen animal debe hacerse basada en un código de ética que garantice el sufrimiento mínimo, tanto en vida como al morir, sin llegar al extremo fanático de pretender homologar derechos animales con Derechos Humanos; ni las vacas ni los pollos son ciudadanos.

En lugar de pretender evitar todo consumo de animales, los “activistas verdes” deberían exigir códigos legales más estrictos pero realizables, así como realizar una vigilancia efectiva de la aplicación de éstos por parte de la autoridad.

2) Este argumento tiene que ver con la producción industrial de carne a mega escala, que es a mi parecer el más razonable y contundente elemento de discusión sobre el consumo o no de carne, particularmente de bovinos. No sé por qué es el último argumento utilizado por los veganos ecologistas que no son ecólogos.

Sucede que la producción de ganado consume enormes espacios de tierra cultivable, millones de litros de agua (producir un kilogramo de carne consume siete mil litros), y es causante del 18% del total de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, superando incluso al transporte que representa el 13%. Es decir, mantener la producción mundial de bistecs y hamburguesas resulta tan contraproducente que, con ésto, la idea de abandonar la carne bovina (que no de otros animales) resulta bastante atractiva.

Si nos limitamos a consumir carne sólo por cuestión nutrimental, ingiriendo notablemente vegetales, frutas y granos, reduciríamos sustancialmente la demanda, permitiendo un mejor control en su producción (que sería menor) y un menor costo ambiental. Por lo que ser semi-vegetariano prudente me parece la opción más inteligente y viable.

Aún me pregunto, ¿cómo podría ser “bondadosa” una cobra o un lagarto…?