Felicidad es:

  • El deseo inconsciente que dirigió mis pasos hasta un rincón de sus instalaciones y que con un inaudible susurro me invitó a recostarme sobre el césped.
  • Oler los pinos húmedos de Ciudad Universitaria. Observarlos desde el suelo y disfrutar el suave balanceo de sus lejanas copas.
  • Darme cuenta que no es la primera vez que estoy aquí.
  • La botella que flota ufana en el mar de mi memoria y que por accidente se topa conmigo para regalarme un recuerdo. Es saber que hace cinco o seis años Huri estaba a mi derecha respondiendo discretamente las miradas coquetas que le dirigía Martín y que -ahora lo sé- terminarían convirtiéndose en un tórrido y largo romance del que todos los amigos nos alegraríamos durante años.
  • Escuchar nuevamente la voz Erika quejándose con incisiva precisión de la “ma-lig-ni-dad” de la profesora Tenorio que le arruinó la tarde a base de ensayos y fichas bibliográficas. Es recordar que en ese momento Erika aún era nombrada mencionada por su nombre y no por el apodo que le caracterizó media carrera: ¡Bienaventurada sea la mil heridas!
  • Redescubrir la libertad de los primeros semestres, la ligereza de sólo ocupar la mente en concluir el semestre. De preocuparse casi exclusivamente por el futuro viernes y el lugar ideal para asistir nuestras necesidades sociales, sin apenas prestar atención a los complicados giros de la vida futura.

Felicidad es el instinto que me trajo aquí. Es volver a reconocer este lugar. Es saber que existe algo bueno en mi facultad y que pese a su caos y horrible arquitectura, o a su pésima gestión y las mil patologías históricas que padece, en sus espacios puedo encontrar puentes a un maravilloso: Así fue.