A un mes de realizarse la elección de las y los diputados que integrarán la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México (CDMX) y con varias de las impugnaciones realizadas a punto de ser resueltas, queda claro que las urnas  arrojaron dos evidentes ganadores y una serie de perdedores.

Explicar una elección que debía ser histórica por su naturaleza y alcance normativo pero que terminó siéndolo por sus escuetos resultados demandará nutridos ríos de tinta por parte de los analistas. En esta ocasión me limitaré a comparar la votación obtenida por partidos respecto a la obtenida por las y los candidatos independientes.

Democracia representativa: dígase de la forma de gobierno en la que la soberanía política (regularmente “el pueblo”) no ejerce sus capacidades por sí misma, sino por medio de representantes.

La elección de la Constituyente fue la primera ocasión en la que candidaturas independientes (CI) compitieron en la misma extensión territorial que los partidos políticos (PP) en la capital. Hasta ahora, las CI estuvieron circunscritas a un distrito local o, en el mejor caso, a una delegación. Por ello sostengo que los resultados obtenidos desde la no militancia partidista sirven muy bien como variable de control para analizar el sistema político de la Ciudad de México.

En total, las opciones independientes obtuvieron más votos que el Partido del Trabajo (PT), el Verde (PVM), Movimiento Ciudadano (MC) y Nueva Alianza (NA) en conjunto. De hecho, en 11 delegaciones superaron al Partido Revolucionario Institucional (PRI), en 5 al Partido Acción Nacional (PAN), en 1 al Partido de la Revolución Democrática (PRD) y en todas al resto de los partidos por separado.

En las delegaciones Benito Juárez, Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo las candidaturas independientes  lograron juntar más del 10% de la votación. En contrapartida Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Venustiano Carranza fueron las demarcaciones donde obtuvieron menos sufragios, pero en ninguna por debajo del 6%. El promedio delegacional fue de 9.2% a favor de independientes.

A pesar de ello, y debido al extrañísimo diseño jurídico que rige la integración de la Asamblea, la representación política en la Constituyente no corresponderá directamente con la capacidad de los distintos partidos de obtener votos sino a negociaciones previas que fueron invisibles para la ciudadanía.

Por ejemplo, en urnas el Partido Revolucionario Institucional (PRI) obtuvo 5 diputados pero en realidad controlará 21 escaños gracias a la designación directa y sin consulta de 40 de los 100 constituyentes. Es una sobrerepresentación del 420% que pone al PRI al mismo nivel que a Movimiento Regeneración Nacional (MORENA), organización que superó al partido del presidente por casi medio millón de votos. Situación de la que también se beneficiaron el Partido Verde (PV), Nueva Alianza (NA), Movimiento Ciudadano (MC) y Encuentro Social (ES).

Es un engaño particularmente agobiante si consideramos que, adicional a su presupuesto anual, el gasto  de campaña asignado al conjunto de partidos políticos fue de 101 millones 498 mil 771 pesos, mientras que a las candidaturas independientes sólo se destinaron 14 millones 983 mil pesos de financiamiento público. Una diferencia de 677% que no impidió a los segundos conquistar la preferencia de 173,797 electores (el 8.3% de la votación).

Suponiendo que partidos y candidatos sólo gastaron en su campaña el dinero otorgado por el INE, el voto más costoso de las candidaturas independientes fue 114% más barato que su equivalente partidista. Aun así, pese a la amplia diferencia de presupuesto y estructura, en 3 delegaciones hubo al menos una candidatura independiente que por sí sola superó la preferencia por el Partido Verde. En una delegación fue superada la de Movimiento Ciudadano y, el caso más extremo, fue el Partido del Trabajo que fue superado en 12 delegaciones, e incluso en Benito Juárez el candidato Ismael Figueroa triplicó su votación. ¡Definitivamente algo está mal en el esquema de financiamiento de las fuerzas políticas! 

Por otro lado, si comparamos los resultados delegacionales, resulta relevante la relación inversa que se manifestó entre el nivel de participación y el voto por independiente. 

Las delegaciones con el mayor porcentaje de votos por independientes, a saber: Benito Juárez, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Tlalpan y Azcapotzalco, simultaneamente ocupan los últimos lugares de participación. En el mismo sentido, las demarcaciones que registraron menor preferencia por independientes: Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón e Iztacalco, se ubican en los primeros lugares de asistencia a urnas. En general, las delegaciones con mayor porcentaje de asistencia a urnas fueron las más favorables para los partidos.

Por ejemplo, Coyoacán fue líder en emisión de sufragio con 35% de participación, pero octavo lugar en apoyo a independientes (8.2%) y tercero a partidos (84.8%). Mientras que Cuauhtémoc fue la onceava en participación (25.2%) pero segundo lugar en voto por independientes (11.6%) y treceavo en apoyo a las fuerzas políticas tradicionales (80.8%).

Además, Benito Juárez, una delegación que tradicionalmente ha resistido las practicas clientelares gracias a diversos factores socioeconómicos, fue la demarcación que registró el menor porcentaje de votos nulos (6.2%), y la más favorable para las candidaturas independientes (16.5% de la votación); incluso dejando muy rezagados a grandes partidos como el PRI (8.4%) y el PRD (4.6%).

Es llamativo que en la elección local con menor participación de la historia, los habitantes que mostraron “mayor interés” en votar casualmente correspondan con las delegaciones más favorables a los partidos gobernantes de la Ciudad. Teniendo esto en cuenta y considerando la poca credibilidad que tienen los partidos políticos en diversas encuestas, no es descabellado suponer que el motivo de la relación inversa entre nivel de participación y voto por independiente, responde a que un segmento importante de las y los votantes en realidad integraron el voto duro y el “movilizado” de las organizaciones políticas.

De ser cierta esta lectura de los resultados, quedaría demostrada la opinión de diversos analistas que afirman que el pasado 5 junio, más que una elección, fue el censo más certero realizado hasta el momento para medir el músculo político y la capacidad de influir la decisión de los votantes en la ciudad. Un dato importante dada la cercanía de 2018.

Sin embargo, Iztapalapa fue un caso especial que no se apegó a la relación descrita pero que aún así fortalece la hipótesis. En esta demarcación los votantes fueron los más anulistas de la ciudad (9.52%) y dejaron en una sexta posición a las organizaciones políticas y en última a las candidaturas independientes.

Siendo el promedio de porcentaje de voto nulo por delegación de 7.63% y considerando que algunos de los mecanismos que los partidos utilizan para “asegurar” la votación generan antipatía del electorado no sólo hacia las propias fuerzas políticas sino al proceso en su conjunto, resulta relevante que una demarcación que tradicionalmente ha ocupado espacios en diversos medios de comunicación por supuesta compra-venta de votos rompa el esquema de otras delegaciones y registre un aumento de 24.6% en emisión de voto nulo respecto a la elección previa.

¿Por qué Iztapalapa registra comparativamente un alto nivel de participación (30.74%) al mismo tiempo que manifiesta un claro rechazo al sistema? Parece sensato suponer que una parte del electorado en la demarcación se vió incitada a comprobar su asistencia a la urna y, resultado del hartazgo, prefirió anular su voto. Una suposición que abona a la hipótesis del “voto movilizado”.

La bajísima participación, la ofensiva sobrerepresentación, el absurdo gasto y los “peculiares” resultados delegacionales que caracterizan a la Asamblea Constituyente obligan a releer la quinta acepción que da el diccionario a la palabra representar: “acción de ejecutar o interpretar en público una escenificación”

Tal es el origen de la nueva Constitución de la Ciudad de México. Tal su legitimidad.