El día de hoy compartí micrófonos con representantes de diversas organizaciones civiles en el Senado de la República. Juntos tuvimos el honor de rendir homenaje al Dr. Cinna Lomnitz; uno de los geofísicos más importantes del país y maestro al que le debo muy importantes lecciones.

A continuación el discurso que pronuncié durante el evento:

Buenas tardes,

Es una dicha compartir este espacio con todas y todos ustedes. Personalmente, agradezco el interés del Senado de la república y de la sociedad civil, para honrar la memoria de un hombre al que le guardo mucho cariño y del que aprendí infinidad de cosas.

Como ya se ha dicho, el doctor Cinna Lomnitz es uno de los científicos más prominentes que el mundo nos ha dado. No sólo por su gran capacidad intelectual, sino también por su alta calidad humana.

Cinna tenía un amplísimo bagaje cultural: comprendía de casi todas las áreas del saber, visitó todos los continentes del mundo, dominaba más de seis idiomas y, sin embargo, su principal atributo era la dignidad de su sencillez.

Su vida es una lección que bien habrían de tomar muchos de los usuarios cotidianos de este recinto.

A pesar de sus grandes talentos, Cinna nunca perdió el piso. La luz que él irradiaba jamás la usó para opacar a otros, sino más bien para iluminar su camino. Como da prueba de ello el programa de becas académicas que fundaron él y su esposa, la aquí presente, Dra. Heriberta Castaños; a quien también le guardo un especial cariño.

El Dr. Lomnitz es uno de esos personajes que transforman el mundo sin buscar la portada de los diarios, y que hacen historia sin pretender un espacio en los libros de texto.

Como ustedes saben, la historia de la humanidad se cuenta en dos libros: el de la lucha por el poder y el de la historia de la búsqueda del saber.

El primero es el libro más leído, el más popular, pero también el más agridulce. En sus páginas están los héroes que ilustran el anverso de nuestros billetes y que, si bien nos heredaron importantes instituciones, no quedan exentos de los males propios del juego político.

En cambio, el libro del conocimiento es más afable. En él habitan las historias de miles de mujeres y hombres, que simplemente motivados por encontrar la solución aun problema o la respuesta a una pregunta, aportaron a la humanidad conocimientos que trascienden los regímenes políticos y los sistemas sociales, y que elevan la dignidad humana.

Hace nueve mil años, una mujer inventó la agricultura y a partir de ese momento los humanos pudimos dejar la vida nómada para asentarnos a un lugar que se volvió la tierra de nuestros ancestros, y en donde dimos significado a la palabra: Hogar.

Aristarco de Samos fue de los primeros en describir el cielo nocturno, y al hacerlo, nos regaló la conciencia de nuestro lugar en el universo.

Rosalind Franklin tomó la primera fotografía del ADN, abriendo nuestros ojos a los horizontes más profundos del entendimiento de la vida, y del lazo ancestral que nos une a todos los seres del planeta.

Edward Jenner inventó la vacuna contra la viruela, y la organización mundial de la salud calcula que, hasta ahora, gracias a ella se han salvado 530 millones de vidas.

Yo os pregunto, ¿cuántos de nuestros héroes de monografía pueden presumir de tales proezas?

¡Nuestro homenajeado está a la altura de estos ejemplos! Lomnitz describió el proceso de deformación de las rocas bajo la presión; impulsó la creación del Centro Nacional de Prevención de Desastres; y ayudó a entender la naturaleza de los sismos, al punto que hoy nuestros edificios resisten movimientos telúricos que en el pasado los habrían colapsado sobre nosotros.

De manera que es oportuno pensar:  ¿Cuántas vidas ha salvado Cinna Lomnitz? Quizá millones.

En resumen, les invito a honrar la memoria de Cinna abrevando de su ejemplo. Fue un hombre que dedicó su vida a explicar el universo, y al hacerlo contribuyó a crear la mejor faceta de la humanidad: la de la ciencia que vuelve posible lo que parecía imposible; que construye milagros en la adversidad, y que pone el conocimiento al servicio de nuestros más sublimes sueños.

A ustedes: gracias por estar aquí.

Al Dr. Lomnitz: muchas por su legado.

Que descanse en paz.