La multitud espontáneamente parafrasea la popular canción de Christian Nodal mientras dirige la voz hacia Palacio Nacional. Es la noche del primero de julio y en la plaza de la Constitución no cabe un alfiler. Por las fotos de Santiago Arau doy cuenta de la masiva convocatoria que tuvo la victoria de Andrés Manuel López Obrador. No obstante, son las palabras de mi novia las que me transmiten la imagen precisa de la festividad. En el teléfono le escucho decir: “¡Amor, aquí las personas abrazan a quien se deje! ¡hay mucha alegría!”, también me afirma: “hay gente muy humilde que con lágrimas en los ojos canta y grita de la emoción” y entonces la piel se me enchina. 

– Adiós mi lord,
– me voy de ti
– ¡Y esta vez para siempre!
– Me resignaré a olvidarte
– porque me fallaste

Me habría encantado estar esa noche, sin duda histórica, en el zócalo de la Ciudad de México, pero mis responsabilidades como Consejero Distrital me impiden abandonar la junta. También el respeto al cargo me impide emitir comentario alguno… hasta ahora.

Recuerdo que la noche del primero de julio aún era joven y que, en la junta, seguíamos a la expectativa del arribo de los paquetes electorales cuando los resultados del conteo rápido confirmaron los pronósticos: López Obrador será el nuevo presidente del país. Entonces, los oponentes reconocieron ante medios su evidente derrota. Lo cual resultó paradójico pues al hacerlo se arrojaron una suerte de supuesto “compromiso democrático” que contrastó con las llamadas automatizadas que, todavía ese domingo en la tarde, recibimos miles de compatriotas y que pretendían sembrar miedo en nosotros.

En ese sentido, cuando Oriana me transmitió el audio en vivo de los festejos, me pareció lógica la paráfrasis y obligada la metáfora. En un país enfermo de “laydies” y de “lords”, en una nación tan asqueada y adolorida de los vividores de la impunidad y el privilegio, no es un asunto menor que el Presidente heredero de un linaje de gobernadores autoritarios y representante del partido gestor del 68, el 71 y el 2006 fuese bautizado con tan singular apodo.

Si bien es difícil rastrear el origen del sobrenombre (parece que inició tras una fotografía tomada a Enrique Peña Nieto en la sede de Naciones Unidas en 2006), lo verdaderamente importante no es su génesis sino la claridad del sentido sarcástico de la expresión; al mandatario cuyo único talento fue lucir y explotar su imagen y la de su esposa, la ciudadanía le concedió un nombre igual de glamouroso e insustancial: LORD PEÑA.

Los resultados en las urnas son claros, la población castigó los linajes. La ciudadanía expuso con claridad su deseo de República por sobre las prácticas imperiales que defienden nuestras élites. Por ello es promisorio que, en adelante, la familia presidencial será denominada con el modesto apellido: LÓPEZ; el tercero más popular del país y el más común en la tierra natal del nuevo mandatario.

Después de muchas décadas, por fin llegará a la presidencia alguien que reconoce, no sólo en discursos sino también en realidades las esperanzas y frustraciones del promedio socioeconómico (y hasta fisiológico) de la población nacional; ese es el triunfo incuestionable de AMLO: visibilizar a las grandes mayorías, llevar voz a todos los que no nacimos con un apellido de abolengo y cuya única herencia es el trabajo de nuestros padres y no sus conexiones.

Desde luego, aún es temprano para aventurar los éxitos o fracasos del incipiente sexenio (hacerlo sería meter las manos al fuego) pero me reconforta saber que a un mes de distancia de la elección, ninguno de los pronósticos fatalistas que se utilizaron para sembrar el miedo se ha materializado. Espero y deseo, como lo hago cada sexenio, que la gestión sea brillante. Mientras vemos cómo se desarrolla, es claro que el régimen inicia de muy buena forma dando una bocanada de aire fresco a un sistema en agonía.

Quiero creer que en los siguientes meses seremos capaces de superar la distancias de clases sociales, no mediante el discurso revanchista que (hay que decirlo) prospera entre algunos de los seguidores del Tabasqueño, sino con la efectiva reducción de las violencias estructurales que mantienen a México como uno de los países más desiguales del planeta y con las más bajas tasas de movilidad social.

Nos quedan muchas luchas que dar durante los siguientes seis años. De ninguna forma debe interpretarse el voto por López Obrador como un cheque en blanco, pero por ahora me desborda la esperanza al reconocer que el camino democrático por fin ha permitido que un oriundo de Tepetitlán (una población con menos de 1,500 habitantes y a más de 800 km de la capital) sea el máximo dignatario del país.

Independientemente de nuestras preferencias políticas, este es un triunfo institucional que debería alegrarnos por igual: en nuestra República empieza a existir la igualdad política.