A un año de ser electo Presidente, es evidente la buena voluntad de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, poco a poco también se van acumulando las evidencias que dan cuenta de la incapacidad de su gobierno.

Hace un año, el tabasqueño conquistó su lugar en la historia al repetir una hazaña política no vista desde Calles en 1929. Obrador construyó en tiempo récord una fuerza política de alcance nacional que hoy ocupa la cúspide del poder. Al punto de que, en cinco años, el partido Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) pasó de obtener su registro a gobernar a 28 millones de personas: Además de la Presidencia, tiene mayoría en el Senado, en la Cámara de Diputados y en 20 congresos locales. Así como el control de siete gubernaturas que, de no ser por el calendario electoral desfasado, podrían ser muchas más porque el pasado julio Andrés obtuvo la mayoría de los votos en casi todas las Entidades Federativas, con la única excepción de Guanajuato.

De forma de que esta administración inicia con un extraordinario poder afianzado tanto en el control de cargos públicos e instituciones como en una exacerbada aceptación popular que le ha dado al Ejecutivo un amplio margen de acción que aprovecha ampliamente para imprimir velocidad a su ambiciosa agenda de gobierno.

Por ejemplo, a pesar de la pequeña y activa (aunque ridícula) oposición y de la constante crítica en medios y en círculos académicos, en pocos meses Andrés Manuel ya canceló el Nuevo Aeropuerto Internacional de México; transformó a marchas forzadas la logística nacional de distribución de PEMEX; impuso la construcción de la refinería de Dos Bocas con todo y que la licitación fue desierta. También reorientó el presupuesto a favor de una agresiva política de austeridad que hasta ahora ha despedido a más de 21 mil funcionarios y obtenido un subejercicio por $140 mil millones de pesos.

No obstante, las amplias capacidades políticas de las que goza la “cuarta transformación” parecen no venir acompañadas de las competencias técnicas requeridas para desarrollar los planes presidenciales. Entre otras cosas rescato tres evidencias de ello:

  1. El retraso que tiene la licitación de medicamentos e instrumental médico debido a diversos errores; el más ridículo de ellos: determinar el precio de compra de marcapasos en tan sólo $90 pesos (el 0.2% del valor real).
  2. El bienintencionado intento de combatir la corrupción en la entrega de fertilizantes enfrenta graves problemas logísticos que ya generaron una crisis política que también podría tener consecuencias en la producción agrícola porque la temporada de lluvias ya inició y muchos productores siguen sin recibir el material.
  3. La polémica creación de la Guardia Nacional que al omitir considerar los derechos contractuales adquiridos por el personal anteriormente adscrito a la Policía Federal ya generó un problema laboral que amenaza con escalar a una crisis de seguridad.

Este tipo de errores, eminentemente técnicos, tales como: la mala redacción de las licitaciones; la apresurada centralización de la compra y distribución de fertilizantes; y el no comunicar adecuadamente los cambios a los agentes policiales, podrían costarle al Presidente el desarrollo de sus promesas de gobierno.

Según veo, el problema de fondo es que López Obrador confía demasiado en su incuestionable capacidad política y olvida que, después de todo, gobernar sí tiene ciencia. Además, su excesivo protagonismo al atender todos los temas del país, incluyendo algunos del ámbito local, nos remite a un estilo de gobernar que se asemeja más al del Tlatoani mexica que a las formas que deben imperar en una república federal.

Hasta ahora la popularidad de Obrador le ha bastado para ir administrando los problemas nacionales (de los cuales no es causante pero sí es responsable) a golpe de declaraciones e instrucciones “mañaneras”, pero a cambio está malgastando su capital político (en medio año perdió 10 puntos porcentuales de popularidad) y arriesgando al país a las funestas consecuencias de no resolver adecuadamente los desafíos que enfrentamos.

A diferencia del mundo prehispánico, en el que bastaba la palabra del “gran orador” (el gobernante visto como el dueño de la voz) para que ocurriesen las cosas, la complejidad y diversidad de los actuales temas nacionales sobrepasa las capacidades de cualquier persona. Durante este primer semestre de gobierno nos ha sobrado Presidente mientras que estamos necesitados de gabinete.

Para que la transformación que nuestro país demanda tenga éxito hay que dejar de actuar apresuradamente y pensar con cautela las maneras de ejecución de los planes, apostando a las capacidades técnicas de la burocracia y atendiendo las opiniones informadas provenientes de la academia y de la sociedad civil organizada. De otra forma, seguiremos teniendo una voz presidencial incapaz de materializarse en verbo.

Actualización 09/jul/19: La imprevista y crítica renuncia del Secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, da cuenta de un gabinete que estaba simbólicamente ausente pero ahora empieza a estarlo físicamente. Insisto: ningúna persona es tan grande como la Presidencia. Urge capacidad y trabajo colectivo en el Palacio Nacional.

(Foto en portada vía: Cuartooscuro).