Mientras Oriana duerme sobre mi regazo en un vuelo con destino a Reino Unido, yo practico las líneas que marcaran nuestro destino en un par de días. ¿Qué estará soñando? ¿Acaso estará reviviendo los colores que hemos visto esta semana en Marruecos, o más bien está especulando sobre las aventuras que próximamente tendrá en Emiratos Árabes?

¡Caray! Hace años, cuando aprendí el concepto de “globalización”, no fui capaz de imaginar lo mucho que éste impactaría en mi vida ni que estaría profundamente ligado al amor; a tal punto que decidí hacer la propuesta de matrimonio en Viena, compré el anillo en México y ahora practico las líneas que diré en Edimburgo, mientras volamos sobre los Pirineos.

No sé si merezco los privilegios que he tenido, pero los agradezco. Veo a Oriana dormir apacible y tranquila y al hacerlo tengo la certeza de que siente lo mismo que yo cuando ella está cerca: la paz de haber encontrado, según palabras de Ochoa, “un alfiler que nos fije, una superficie dónde encontrarnos.” ¡Y es que en verdad la amo!

Sin embargo, siento algo de remordimiento por la alevosía con la que estoy actuando. ¿Acaso no hay algo de traición en esta conspiración?  ¿Qué respuesta daré cuando me pregunte por este proceso? ¿Cómo decirle que sabía que pasaría desde el abrazo mágico en la estación de tren? ¿Cómo decirle que era un hecho decidido desde el verano pasado y que incluso algunas de sus personas cercanas lo supieron antes que ella?

No termino de explicar con cuál derecho me arrojo la facultad de iniciativa ante una decisión tan importante para su vida. Me parece insuficiente aquella justificación según la cual se puede forzar a una persona a decidir sobre su futuro, o sobre cualquier otra cosa, sólo porque se le ama. Desde luego, mi pretexto es el pronóstico de aceptación basado en nuestras conversaciones previas, pero eso no resuelve el problema de fondo: la naturaleza del amor y las formas en que lo vivimos. Considero que es fundamental resolver tal cuestión porque a partir de ella hemos de intentar conducir el resto de nuestras vidas.

En Marruecos constatamos de la manera más vulgar lo que en el resto del mundo encubrimos bajo la corrección política, pero que subsiste en los callejones de nuestras moralidades caducas: el amor como narrativa justificativa de la violencia estructural ejercida por mi género, una eterna vocación por la abnegación de las mártires bajo la cual hemos sido socializados. No deseo(amos) ser y hacer eso, pero ¿qué hacer con exactitud para amar en justicia y dignidad? No lo sé del todo.

Recuerdo las conversaciones que terminaron convirtiendo nuestra añeja amistad en una relación íntima. Nos veo a Oriana y a mí platicando sobre nuestras parejas y al respecto de los sinsabores del amor para terminar descubriendo coincidencias sustanciales respecto de las múltiples intersecciones que hay entre el ágape y el eros.

Ahí una de las salidas al problema que me ocupa: lo que he de hacer en el invernadero de los Jardines Reales de Escocia está en sintonía con nuestras expectativas. No obstante, más allá del acto, su ejecución es la que me preocupa ya que no sé bien cómo evitar que termine siendo la reproducción de las inquietudes ya expresadas.

A tal propósito me he preparado algunas líneas con las que espero allanar el camino para construir un matrimonio mejor de los que hemos visto en nuestros círculos sociales. Desde luego, advierto que las palabras nunca bastan, pero sí que ayudan porque que en su enunciación hay cierta convicción mántrica que termina por encausar el sentido de nuestras acciones posteriores. Y ahí la clave bajo la cual me he convencido de la necesidad de hacerlo así: en el amor no debería importar tanto lo que siente como lo que se hace.

Por tales motivos elegí un sitio de admiración y entendimiento de la riqueza creativa de la naturaleza. Por tales razones es que fuerzo la memoria para tratar de decir correctamente el siguiente compromiso orientador de la vida que deseo construir con Oriana:

“Frente a la riqueza y diversidad natural aquí expresada y ante la belleza de todas estas plantas y flores que nos deleitan los sentidos, no puedo evitar pensar en otra creación humana cuyos objetivos son, o al menos deben ser, similares a los de este invernadero.

Oriana, nos conocemos hace una década. Hace casi tres años que compartimos un amor extraordinario que nos ha permitido explorar y desarrollar nuestras aspiraciones y nuestros potenciales: los tuyos, los míos y los de ambos. 

Gracias por todo este amor. Gracias por todos los kilómetros y los días recorridos juntos. Gracias por las sonrisas y hasta por las lágrimas, porque en la única vida que tenemos nos hemos desafiado mutuamente a consumirla con pasión. Los pasos que hemos dado son prueba del sentido que tendrá nuestro futuro.

Te pedí venir a este lugar tan especial, porque aquí confirmo la convicción de que nuestra relación siga siendo un lugar cálido y seguro en el que puedan encontrarse y florecer la diversidad y riqueza de nuestras personalidades e inquietudes. 

Veo nuestro amor como un refugio en el cual, a pesar del clima exterior, podamos expresar y descubrir libremente nuestras naturalezas. También como un faro que nos auxilie en la tempestad. Y una permanente terra nullius fértil y dispuesta para las fuerzas creativas. 

Deseo que construyamos una relación que nos lleve a latitudes inimaginables desde lo individual, pero que son asunto menor desde el potencial de nuestro encuentro. 

Oriana, bajo estas convicciones ¿te quieres casar conmigo?”

La tripulación ha anunciado la cercanía del aterrizaje. Es momento de regresar a mi papel de conspirador. Pronto sabremos si el asalto que estoy por cometer es bien recibido. Si hay perdón a la audacia de esta traición.