La escuela primaria donde estudié decidió realizar un seguimiento de sus exalumnos para invitarlos a participar con las nuevas generaciones en un ejercicio académico bastante interesante. En él se me dio la oportunidad de dictar tres clases de geografía a un grupo de cuarto año de primaria. Los resultados de esta experiencia me resultaron significativos.

Claro está, regresar a tu escuela de la infancia resulta siempre un tanto emotivo, tantas cosas han cambiado en sus instalaciones y en su personal… ¡Tantas cosas han cambiado en ti! De alguna forma resultó ser un viaje al pasado, casi podía ver en sus pasillos a mis amigos de aquellos años discutiendo por un par de tazos de los supercampeones, o a Miguel comentándome entre susurros avergonzados los últimos descubrimientos que tenía en materia de amor carnal… ¡Simpáticos tiempos de ingenuidad e inocencia!


Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue la forma en que se suponía que tenía que abordar y desarrollar mis clases. Siguiendo estrictamente el temario programado, el tema que me tocó dictar fue «localidades urbanas y rurales», el objetivo era bastante simple, pues lograr que los alumnos supieran distinguir entre una población rural y una ciudad. Sencillo, pero la forma en que el texto académico sugería hacerlo me pareció aberrante.

Según el texto difundido por la SEP, las diferencias entre el campo y la ciudad no están en sus actividades económicas predominantes, sino en que «uno es pobre y el otro no». Tal vez mi formación como politólogo ha nublado mis capacidades intelectuales, pero hasta ahora yo creía que la diferencia entre zonas urbanas y rurales estaba en su demografía y en su economía (actividades primarias en el campo, secundarias y terciarias en la ciudad), y no en que “uno tiene servicios y el otro no”, o que “en las ciudades hay universidades y centros de investigación y en el campo no”, o que “las ciudades tienen sistemas de transporte más avanzados”.

De ser cierto esto, entonces el campo canadiense o el alemán son mentira, en realidad se trata de ciudades porque “no son pobres”. El futuro del país está siendo educado en prejuicio de que “lo natural es que el campo sea pobre, entonces, ¿cómo pretender resolver el serio problema de pobreza si los próximos ciudadanos, electores e incluso políticos, lo dan como algo “normal”?

Recordé cuando las personas me dicen «es que los políticos son corruptos”, o «al menos los de PRI compartían de lo que robaban”. Hay otras formas de hacer mundo, no necesariamente el campo tiene que ser pobre, no necesariamente los políticos tienen que ser corruptos, y nunca es justificado el saqueo de la nación por mucho que «compartan» los criminales (lo que sea que eso signifique).

Resulta que así como nos enseñan a sumar y restar, de niños también se nos enseña a soñar. Debemos ser más ambiciosos con nuestro futuro, pero sobre todo, necesitamos dejar de castrar intelectualmente a nuestros infantes. Si nosotros no somos capaces de siquiera imaginar un mundo mejor, no condenemos las siguientes generaciones a vivir la mediocridad que hemos construido.
Finalmente, me queda recuperar la respuesta que mis pequeños alumnos me dieron cuando les pregunté cómo resolver el problema de tráfico de la ciudad. En general, su lógica fue casi impecable: “si el tráfico es que hay muchos coches, entonces el gobierno debería prohibir que hubiera tantos coches en las calles”. Ninguno de los alumnos pensó que la solución era construir más calles… Creo que Marcelo Ebrard debería cambiar sus asesores en materia de desarrollo vial…