Uno, dos disparos. El transcurrir del tiempo reducido a un conteo en el interior de mi cabeza. Era el medio día de la jornada electoral de 2015. Como todas las intermedias, se trataba de una elección poco concurrida y, aparentemente, poco trascendente porque no se renovaban cargos de elevada envergadura como son la Presidencia o la Jefatura de Gobierno. Sin embargo, ese día, dos disparos realizaron nuestros agresores apenas por sobre nuestras cabezas. Dos fueron las balas que quedaron en la pared que estaba justamente a nuestras espaldas.

Aquella elección tuve el gusto de coordinar un amplio equipo de Ciudadanas y ciudadanos como Observadores del proceso electoral. Tal fue el motivo de la agresión: visibilizar las prácticas potencialmente fraudulentas e ilícitas de diversos partidos políticos.

Un par de siglos han transcurrido desde que la Revolución Francesa concedió el sufragio universal masculino —dolorosamente menos desde que se reconoció la participación femenina—. Miles de municiones y millones de consignas se han lanzado en las distintas luchas que, desde entonces, han buscado consolidar la Democracia a lo largo del mundo.

En América, la violencia política nos es súmamente familiar. Tan sólo han transcurrido tres décadas desde que los militares uruguayos perdieron el poder en 1985, marcando el fin de una larga y sangrienta sucesión de dictaduras latinoamericanas que iniciaron con el golpe de Estado de Leónidas Trujillo (República Dominicana) en 1930. En nuestras calles aún caminan supervivientes de ese oscuro episodio y, a pesar de ello, la edición 2017 del Latinobarómetro muestra resultados desalentadores: Tan sólo en un año “el apoyo a la democracia” pasó de 71% a sólo el 56% y, ahora, el 43% de la población del hemisferio se manifiesta indiferente ante la posibilidad de un gobierno autoritario.

En México, la situación es aún más apremiante, sólo el 38% de nuestros connacionales apoyan la democracia como sistema de gobierno; lo que nos ubica en el fondo de la lista. ¡Son los peores resultados jamás registrados! Es un llamado urgente a mejorar y garantizar las condiciones de la competencia política en las elecciones que vienen.

La primera vez que participé en procesos institucionales de distribución del poder tenía 16 años: algunos compañeros del bachillerato organizamos un debate abierto con la C. Patricia Mercado, en aquel entonces la segunda mujer candidata a la Presidencia de la historia del país. Del encuentro recuerdo sus palabras: “Jóvenes, toca a los ciudadanos libres construir el futuro porque el cambio democrático depende del trabajo de muchas y muchos trabajando juntos.

Previamente, en la Asociación de Scouts de México había participado en proyectos de impacto social que exigían la colaboración de decenas de voluntarios. Por lo que, independientemente de la persona, sus palabras me hicieron sentido: el futuro depende de la participación de todas y todos. A la fecha, cada experiencia me confirma la validez de esta lección.

Por ejemplo, recuerdo que cuando realizamos, en Fundación para la Democracia A.C., el seguimiento de la Consulta Ciudadana sobre la realización del Corredor Cultural Chapultepec, descubrimos que a pesar de los grandes intereses políticos y económicos que estaban en juego, la masiva participación de la población garantizó que el debate fuese abierto y la resolución final fuese asumida de manera pacífica y apegada a derecho.

En la jornada electoral de 2015, cuando sentí en carne propia el efecto de las pasiones desbordadas entorno a la competencia política, corrí con suerte, pues tal como consta en algunos medios de comunicación y en la averiguación previa No: FBJ/BJ-1/T2/03156/15-06, los agresores fueron detenidos.

Sin embargo, a la distancia aún no me queda del todo claro si la agresión se trató de una intimidación bien ejecutada o si fue un error en la puntería. Lo que sí sé, es que si hubiese sido una elección con más participación, la presencia de ciudadanos en las calles habría obligado a la competencia limpia.


Hoy recibí nombramiento como Consejero Electoral Distrital del Instituto Electoral de la Ciudad de México. Este nombramiento es un gran honor y representa una gran oportunidad de coadyuvar a reconstruir nuestra maltrecha Democracia, vigilando que el proceso sea apegado a la legalidad, completamente imparcial y respetuoso de la voluntad popular. Por que nadie, nunca más, debería preguntarse si tendrá “suerte” la próxima vez que acuda a las urnas.