Lesvy Osorio fue asesinada el 3 de mayo en Ciudad Universitaria (CU). La primera reacción de la Procuraduría General de Justicia (PGJ) de la Ciudad de México fue divulgar detalles innecesarios y negativos de la vida privada de Lesvy, en lo que claramente es un intento por disminuir y justificar la tragedia mediante el menoscabo de la dignidad de la víctima. Un práctica reprobable, y lamentablemente usual, cuando se tratan delitos cometidos en contra de mujeres.

Por su cuenta, las autoridades universitarias. Esas que gastaron miles de pesos en presumir su adhesión a la campaña #HeForShe, se limitaron a publicar un escueto comunicado que se quedó corto ante la magnitud de lo sucedido. Las tibias palabras que expresó la Rectoría mejor habrían servido para denostar el robo de un cuaderno. De hecho, el rector ni siquiera fue capaz de nombrar el “incidente” con el adjetivo correcto: feminicidio.

Así, ante la negligencia de la PGJ y la indiferencia característica de la administración de Enrique Graue (recordemos la apatía oficial ante los casos de Janet Membrilla y Aracely Campos), la comunidad universitaria convocó a una marcha de protesta dos días después.

A la manifestación acudimos cerca de dos mil personas que demandamos el cumplimiento de la garantía más básica: el respeto a la vida. Fue un mensaje claro e incuestionable, pero que, penosamente, no encontró el eco merecido en la discusión pública. En su lugar, se virilizaron diversas críticas desde la queja de las pintas que algunas participantes de la protesta hicieron en unas grandes letras metálicas de color blanco que formaban la palabra: “#HechoEnCU”, ubicadas frente a la Biblioteca Central.

Increíblemente, el malestar que inundó las redes esa noche no fue respecto a la violencia homicida en el campus universitario, sino a los rayones que se hicieron en el letrero. Desde una lectura superficial se menospreciaron las exigencias para poner la atención en el “daño realizado al mobiliario”.

Además, de forma muy inusual, al poco rato de finalizar la protesta, un grupo de personas procedió a borrar las consignas pintadas en el letrero y compartieron en redes fotografías de su “buena acción”, acompañadas de mensajes escritos con tal redacción que daba cuenta de una falsa superioridad moral que intentó distinguir entre los “verdaderos universitarios” (lo que sea que ello signifique) y los “vándalos externos” que, según su miopía, “destruyen el patrimonio”.

Tal parece que los críticos desconocen el objetivo de existencia de cualquier letrero: comunicar un mensaje.

Las grandes letras “#HechoEnCU” estaban ahí con el expreso motivo de que los viandantes se tomasen fotos en ellas. La razón de su existencia era auxiliar en la comunicación de un mensaje. Mismo que, en la práctica, era definido por el propietario de la cámara pues por si solas las letras no indicaban qué es exactamente aquello que fue hecho en ciudad universitaria. El letrero lo mismo podría referirse al conjunto arquitectónico, como a sus egresados o a las decenas de botellas de cerveza que quedan en la zona aledaña cada viernes por la noche; todo dependía de la lectura que se hiciera del mismo.

Entonces, vale la pena preguntarse si las pintas de la protesta pueden válidamente ser calificadas como “daños”. Honestamente, las consignas no perjudicaron la capacidad del letrero de comunicar un mensaje. Al contrario, con ellas se ampliaron las posibilidades interpretativas del mismo.

Lejos de constituir una manifestación destructiva, el colectivo realizó una intervención simbólica del espacio y se visualizó una realidad que, aunque nos duela aceptar, persiste en nuestra Universidad: la violencia de género.

Así como en CU se “hacen” grandes investigadores y buenos profesionistas, también se asesinan personas. Por muy incómodo que le resulte a Rectoría, el feminicidio de Lesby y la indignación resultante de la indolente reacción de las autoridades universitarias también son de manufactura puma.

Nos gusta imaginar que en territorio universitario sólo se forjan cosas buenas, pero la triste verdad es que hasta ahora, en él también encuentran cabida decenas de sinvergüenzas que se aprovechan de la jerarquía académica y sindical para transgredir a la comunidad. Visualizar los delitos y señalar a los canallas  por su nombre es un paso fundamental para combatirlos.

Finalmente, el diccionario define el vandalismo como: “el espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna”… ¿Qué merece mayor consideración: un letrero o una vida humana?

Actualización 2019-10-11: Después de largos meses de presiones y luchas, hoy por fin fue declarado culpable de feminicidio la ex pareja de Lesvy. Aunque a las pocas semanas de investigación la PGJ protegió al criminal “determinando” el “suicidio” de la víctima, la resistencia ciudadana logró revertir semejante barbaridad y, luego de una verdadera investigación hoy hay justicia.